Jesús a sus Sacerdotes

Dice Jesús:
«Es doloroso dictar, escribir, leer esta página. Pero es la verdad y hay que decirla. Escribe. Es para los sacerdotes.
Se acusa mucho a los fieles de ser poco fieles y muy tibios. Se acusa mucho a los hombres de no tener caridad, ni pureza, ni desapego por las riquezas, ni espíritu de fe. Mas, así como los hijos, salvo raras excepciones, son como les forman los padres (no tanto con las represiones cuanto con el ejemplo), también los fieles son, salvo las excepciones siempre presentes, tal como les forman los sacerdotes, no tanto con las palabras cuanto con el ejemplo.
Las iglesias, esparcidas en medio de las casas de los hombres, deberían ser como un faro y un centro de purificación. De ellas debería emanar una luz dulce y potente, penetrante y atrayente que, como sucede con la luz del día, penetrara, a pesar de todas las barreras, en los corazones.
Imaginad un hermoso día de verano. Una luz radiante emana del sol y abraza la tierra. Es tan potente e invencible que aun en el cuarto más cerrado la oscuridad nunca es completa. Siempre habrá en ese cuarto un rayo sutil como el cabello de un niño, un punto tembloroso sobre la pared, un polvillo de oro que danza en el aire, para testimoniar que afuera brilla el refulgente sol de Dios.
Del mismo modo, si de las iglesias esparcidas entre las casas se difundiera una «luz» igual a la que Yo os he indicado como vuestro signo, ¡oh, sacerdotes a quienes denomino «luz del mundo» !(os llamé así cuando os creé)!, aun en los corazones más cerrados penetraría una hebra, un punto, un polvillo de luz, lo suficiente para recordar
que en el mundo existe «una Luz«, lo suficiente para engendrar en los corazones hambre de luz, de «esa Luz».
Mas, ¿cuántas son las Iglesias de las que emana una luz tan viva que es capaz de forzar las puertas cerradas de los corazones y penetrar en ellos para llevarles a Dios, a Dios que es Luz?Mas, ¿cuántos sois vosotros, los párrocos y clérigos; vosotros, los sacerdotes y monjes; vosotros, todos los que Yo he designado para que fuerais portadores de Mí hacia los corazones; cuántos de vosotros, las almas de la iglesia, estáis inflamados por la Caridad hasta tal punto que lográis vencer el hielo de las almas y llevar al corazón de los hombres el amor de Dios y el amor a Dios, a Dios que es Caridad?
Los dolores de los hombres son diversos de los vuestros. O, al menos, los vuestros deberían ser diversos, porque tendrían que consistir en las penas provocadas en el celo hacia vuestro Señor Dios, que no es amado lo bastante; provocadas por los fieles que se pierden; por los pecadores que no se convierten. Sólo éstos, no otros, deberían ser vuestros dolores porque, al llamaros, no os asigné una mansión, una mesa, una fortuna, una familia, sino una cruz, mi Cruz, ésa en la que perecí desnudo; ésa en la que expiré solo; ésa a la que subí despojado de todo, despojado hasta de mi pobreza, que era riqueza comparada con mi miseria de ajusticiado al que sólo le queda el patíbulo hecho con poca madera y tres clavos, y un puñado de espinas entrelazadas formando una corona. Esto lo recuerdo para decirles a todos y a vosotros en particular que las almas se salvan con el sacrificio,con la generosidad en el sacrificio llevado hasta el despojo total, absoluto, de los afectos, de las comodidades, de lo necesario, de la vida.
En cambio los hombres, acosados por sus dolores ¡y sólo Yo sé cuántos son!, tendrían que poder mirar hacia su iglesia como a una madre en cuyo regazo se va a llorar y a escuchar ,palabras de consuelo tras haberle narrado las propias angustias, con la certeza de serescuchados y comprendidos. En los momentos en que les envuelven las tinieblas provocadas por tantas causas no siempre originadas en su voluntad sino impuestas por voluntad ajena, por un complejo de circunstancias que les inducen a creer en el error o a dudar de Dioslos hombres tendrían que encontraros a vosotros, los portadores de luz, de mi luz; a vosotros, los piadosos como el samaritanos ; a vosotros, que sois maestros como vuestro Maestro; a vosotros, que sois padres como vuestro Padre.
La Tierra, corrompida por tantas cosas, fermenta como un cuerpo que se pudre y contamina las almas con su hedor de pecado. Mas, si las iglesias esparcidas entre las casas fueran incensarios en los que un sacerdote vive ardiendo y se inflama amando, el hedor del mundo quedaría equilibrado por el perfume de Dios, que emana del corazónde los sacerdotes que viven en total «fusión» con Dios, anulados en Dios hasta ser únicamente semejantes a Mí,Dios, que estoy en el Sacramento a disposición del hombre en todo momento, sin desfallecimientos, sin soberbias, sin resistencias; entonces, los corazones se purificarían.
Los sacerdotes que son así, es decir, perfectos, son como el sol. Aspiran las almas hacia el Cielo como si fueran gotas de agua y las purifican en la atmósfera celeste para ser luego como nubes que se disuelven blandamente en benéfico rocío, de noche, recatadamente, para llevar refrigerio a las heridas y las quemazones de los corazones, pobres flores heridas por tantas cosas.
Aspiran, atraen a sí: para ello es necesario tener una fuerza muy grande. Sólo el amor vivísimo hacia el Señor y hacia los hermanos puede dárosla. Si lo queréis, permaneciendo firmes en Dios y en lo alto, muy en lo alto respecto a la tierra, vosotros podéis atraer las al mas a vosotros, o sea a Dios, en quien vivís.Es una operación que requiere generosidad y constancia. Hasta un parpadear debe servir para este fin. Todas vuestras acciones deben proponerse esta meta. Hay miradas que pueden convertir un corazón, si en tales miradas resplandece Dios. Disolverse: sacrificarse, de todas las maneras, recatadamente,llevando a las almas abrasadas el refrigerio celeste, que. se difunde tan dulcemente que ellas no saben cuándo les ha llegado; aunque se encuentran regadas por él. Tal como lo hace el rocío que, silencioso y púdico, desciende mientras todo reposa: los hombres, los animales y las flores; limpia el aire de las impurezas del día, sacia la sed de los tallos y las frondas y los cubre de perlas. Sacrificio, más y más sacrificio, ¡oh, sacerdotes! Plegaria, más y más plegaria, ¡oh, pastores!
Os he llamado pastoresNo os he llamado «solitarios» ni tampoco «capitanes». El solitario vive por su cuenta. El capitán marcha a la cabeza de los suyos. En cambio, el «pastor» está en medio de su re baño y lo guarda. No se aísla, porque el rebaño se dispersaría. No ca mina a la cabeza de él, porque las ovejas distraídas quedarían reza gadas en el camino y a la merced de los lobos y los ladrones.
Si no es un enajenado, el pastor vive en medio de su rebaño, lo llama, lo reúne, va incansablemente de un extremo al otro del mismo, lo precede en los puntos difíciles, es el primero en tantear las dificultades, las allana en lo posible, se afana por hacer seguros los tramos dificultosos, luego permanece en el punto más arduo para controlar el paso de sus ovejillas y si ve alguna temerosa o débil, se la pone sobre los hombros y la lleva más allá del punto peligroso; si aparece el lobo, no huye: al contrario, se arroja sobre él, poniéndose delante de sus ovejas, y las defiende, aun a costa de morir por salvarlas. Se in mola por ellas, para saciar el hambre de la fiera, de tal modo que ésta no sienta ya la necesidad de devorar. ¡Cuántas fieras acechan a las almas! El pastor no pierde tiempo en inútiles diálogos con los que pasan, no se distrae con cosas que no le competen. Se ocupa de su rebaño y nada más.
Ahora poned atención. ¿No parece estar leyendo el capítulo 8° de Ezequiel?
Primer ídolo: los celos.
Tendríais que ser caridad, ¿no es verdad? Tendríais que ser cari dad para inducir a otros a la caridad. Y, en cambio, ¿qué sois? Tenéis celos el uno del otro. Os ofendéis si un laico os critica. Mas, ¿no os criticáis recíprocamente y, a menudo, injustamente? El superior critica a los inferiores. El inferior critica a los superiores. Tenéis celos si uno de vosotros se destaca, si uno de vosotros tiene éxito, si uno de vosotros se enriquece. Es más: esto, que tendría que horrorizaras, es lo que más os apetece. ¿Acaso era rico Yo, el Sacerdote eterno? Sed perfectos y os notarán y alabarán, aun cuando tendría que interesaros sólo la alabanza de vuestro Dios. Sed perfectos y alcanzaréis el único fin digno de vuestro hábito: el de llevar almas a Dios.
Segundo ídolo, o mejor, numerosos ídolos: las diversas herejías que en vosotros sustituyen el culto que deberíais practicar.
También vosotros, como los setenta ancianos que nombra Ezequiel\ incensáis a los ídolos, cada uno al que prefiere. Y lo hacéis en la oscuridad, esperando que los ojos del hombre no os vean. Pero os ven. Y le escandalizáis. Porque los fieles, y los hombres en general, son como los niños que, aunque parezca que no observan, no pierden nunca de vista ni de oídos a los mayores.
Mas, ¿es que no sabéis que, aun cuando el hombre no os viera, Dios os ve? Y entonces, ¿por qué esparcís vuestro incienso ante el po der del oro o ante el poder del hombre?¿Es que acaso no veo desde lo alto de mi trono que demasiados sacerdotes míos ocupan su tiempo ese tiempo que Yo les otorgo para que lo empleen en la propia misión sacerdotal dedicándose a tratos humanos, aptos para aumentar su bienestar? Sí, lo veo. ¿Es que acaso no observo y, al hacerlo, mi corazón siente un profundo disgusto que demasiados sacerdotes míos abjuran mi Ley para obedecer a la ley de hombres desgraciados, porque así esperan obtener honores y ganancias?Sí, lo veo.
¡Oh, sacerdotes politicastros! ¡Sois los miembros del Sanedrín de hoy! Mas, recordad cuál fue el final del Sanedrín, precisamente por obra de aquéllos a cuyos pies habían prosternado su conciencia y violado mi Ley. Y no os digo nada más. Todo esto os acaeció por parte de los hombres. Lo demás os llegará después, por el Juez eterno y justo.
Tercer ídolo: la sensualidad.
Sí, veo también esto. Y no agrego nada más por respeto hacia mi «portavoz». Mas, que cada uno de vosotros se examine para comprobar si en lugar de las únicas criaturas femeninas que le es permitido a un sacerdote recordar con amor es decir, mi Madre y la propia , no existe una diosa pagana. Recordad que me tocáis, que me recibís. Nada más. No pongáis al Purísimo en contacto con una carne manchada por la lujuria.
Cuarto ídolo: la adoración del oriente.
Las sectas. Sí, veo también esto. ¿Y no tendría que mirar con desdén a muchos de vosotros y dirigir a muchos las invectivas que dirigía los fariseos y a los doctores de mi época? ¿Y no tendría que suscitar «luces» entre los laicos que me aman como muchos de vosotros no me aman, por piedad hacia las almas que dejáis en el hielo, en la oscuridad, en la impureza, hacia las almas para las que no sois un camino hacia Dios, sino un sendero que lleva hacia abajo? ¿Cómo osáis repetir mi Palabra y predicar mi Ley cuando dicha Palabra y dicha Ley son una condena para vosotros? El que es puro, que sea aún más puro; el que no es puro, que se purifique.
La humanidad se encuentra ante una gran encrucijada. De allí parten dos caminos: uno sube y lleva a Dios; el otro baja y conduce a Satanás. En la encrucijada hay una piedra. Sois vosotros. Si hacéis de vosotros un baluarte y un estímulo hacia el primer camino, Satanás no irrumpirá y las almas serán impulsadas hacia Dios. Mas, si sois vosotros los primeros en rodar por la pendiente de Satanás, arrastraréis a la humanidad, con anticipación, hacia los horrores del Anticristo.
Y si éste debe venir, ¡ay de los que anticipan su venida y la prolongan!, porque él cesará de existir a la hora eterna fijada y cuanto más largo sea el tiempo de su permanencia, mayor será el número de las almas que se perderán. Mas, recordáoslo: ni siquiera una de ellas de jará de ser vengada, pues si vuestro Dios ve hasta el pájaro que muere, ¿cómo puede no ver un alma que muere? A sus asesinos, quienes quiera que sean, exigiré la razón y decretaré mi condena».
